POSTALES: Siempre se vuelve a las fuentes


Por Pedro L. Armano


Cursé el cuarto año de la carrera de Magisterio, en una división especial. Todos los alumnos éramos miembros del coro, previa aprobación de un fraseo musical, el timbre de voz -primera y segunda- y cualquier canto entonado correctamente. A muy escasos días de finalizar el año escolar, logramos el producto que los profesores -uno dirigía y el otro ejecutaba el piano- se habían propuesto: grabamos un disco de pasta, 78 rpm, en un ex sello famoso, RCA Víctor, el del tocadiscos con un megáfono y el perro escuchando. En el lado A, el Himno a la Escuela y en el B, el Himno a Sarmiento. Participaron también alumnos de la Primaria, las llamadas voces blancas. Todavía, en algún lugar de mi casa, conservo el disco que nos regalaron como recompensa. Fue, en ese momento, todo un orgullo.

En un descanso, un grupo de alumnos rodeamos el piano, para escuchar al profesor que ejercitaba sus dedos tocando tangos, folklore y baladas de moda, de ese entonces. De repente, dejó de hacerlo y preguntó a boca de jarro si nos gustaba Carmen Sevilla. Uno dijo no, y la contestación fue: “no tenés sentido de la estética, ni reconocés la belleza de las mujeres.” Sin embargo, aquel joven de la negación resultó ser un cultor de las artes pictóricas, musicales y, en forma especial, de las arquitectónicas, incluso llegó a desempeñarse como guía turístico, al margen de otros estudios. A veces, la profecía de los docentes falla.

Debido a mi timidez, que ya cargaba como una mochila fantasma, no me animé a expresar que a mí sí.

El tiempo ha pasado y las heroínas de celuloide fueron ocupando mi mente. Desde Olivia de Havilland, con sus bucles dorados, rescatada por el pirata Errol Flynn, siempre para salvarla de algún malvado, hasta el recorrido de las divas de Hollywood, pasando por el neorrealismo italiano y el sexsimbol francés, Brigitte Bardot. -La mayoría descubiertas en la pantalla del ex cine Lorraine de la calle Corrientes, donde salíamos todos con rostro de intelectual, para comentar luego en algún café, el film. ¡Qué época aquella de la primera juventud!-. Las actrices argentinas merecen un capítulo aparte.

No recuerdo -mezcla de memoria y fantasía- si no fui todavía de la mano de mi madre a ver Violetas imperiales: en ella actuaba y cantaba Carmen Sevilla. No soy cinéfilo, aunque el cine me sigue atrapando. Por eso, cuando me preguntan de golpe qué actriz te agrada, la respuesta es Penélope Cruz.

Como síntesis, comparto lo expresado por el escritor español Gustavo Martín Garzo: “Era ciertamente extraño que en medio de los peligros más extremos, rodeadas de alacranes, de la lava que desprendían los volcanes, nadando en ríos llenos de cocodrilos o acostadas en la cama bajo la mirada de Drácula, sus cuerpos resultaran más hermosos que nunca. Y ése era el descubrimiento: que la verdadera aventura era acercarse a ese cuerpo lleno de promesas y peligros que es el cuerpo del amor. En ningún otro lugar se ha mostrado mejor ese cuerpo que en el cine, tal vez porque sus salas, con su extraña penumbra, se sitúan en un lugar a medio camino entre la realidad y el sueño, entre la ficción y la vida.



pedroarmano@hotmail.com



POSTALES: Postales




Por Pedro L. Armano

Cómo surgió Postales. Un día, enojado por algo que sucedió en la Argentina -no tengo presente qué, pero es lo mismo porque existen muchas cosas-, dije: “debería haber nacido en Bélgica”. Recordé a un amigo que viaja con frecuencia a ese país y le solicité me trajera una postal. (El doctor Horacio O. Vicente fue 2do. Premio, en la categoría Ensayo del diario La Nación, 1987, por Greta o la realidad irreal en la obra de arte). De regreso, me comentó que por toda la ciudad no había podido conseguir ninguna que respondiera a mis inquietudes, pero en el aeropuerto, mientras se dirigía a embarcarse, vio en un kiosco la postal de la Galeries Saint Huber, que muestra el bar donde desayuna y lee el diario o algún libro, cuando está allá. Tal el entusiasmo, que adquirió dos: una para cada uno.
Es probable que después me hubiese arrepentido de la enfadada expresión, pues el criterio de Ernesto Sabato sobre Suiza, en este caso, hubiese prevalecido. Es un país magnífico, que
funciona como un reloj, pero nunca tuvo un Renacimiento
.
La situación descrita produjo en mí un pensamiento que podría denominar renovado, pues lo primero que especulé fue en cambiar mi manera de redactar, incluso influenciado por la escritura digital y las lecturas rápidas de los que consumen informaciones. Además, me hice eco de las palabras de Arturo Pérez-Reverte sobre su columna semanal, en una revista española: “Unos domingos me divierto horrores, otros me desahogo, y otros digo en voz alta, o lo intento, lo que algunos no tienen medios para decir”.
A partir de esa experiencia, decidí cortar con lo periodístico tradicional. Sí, de lo que estoy convencido -y caigo en un lugar común- es de lo que escribí una vez, hace tiempo,… La sospecha de que el famoso dicho el periodista es una persona que sabe de todo y no sabe de nada, -o el más extendido ‘un océano de conocimientos con un metro de profundidad’-, ronde en la cabeza de muchos no invalida la vocación, si la labor se efectúa con conciencia y responsabilidad. (Como base prioritaria, informarse de lo que sucede, desde lo complejo hasta lo más banal; adquirir un preciso manejo del lenguaje; aceptar cierto reconocimiento hacia los estímulos mentales; enriquecer el acervo cultural y tener una manifiesta necesidad de compartir. Relacionando los estadios enunciados, se logra el punto de partida. Lo que sigue es trabajo continuo).
Entonces me cuestioné. Antes de que me alcance el viejo alemán, no precisamente Sigmund Freud, quiero ser yo y mi subjetividad, sin abandonar las reglas éticas del cuarto poder. Olvidarme de la tercera persona, de evitar el yo ‘mayéstico’, y dejar translucir inclusive en algunos casos mi sentimiento. Quiero abandonar el concepto de ser un periodista descriptivo, calificación que me había impuesto en su momento. En fin, denotar que la vida va pasando por mi lado y no parecer indiferente.
Se encontrarán, a partir de ahora, con este nuevo -para mí- esquema redaccional que, sin faltar a lo noticioso, responda al sentir de un ciudadano y sujeto proclive a la comunicación.
El compromiso: alrededor de 500 palabras.


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