Por Pedro L. Armano
Cuando recuerdo uno de los párrafos del discurso sobre la defensa de las malas palabras, que hizo en el Congreso de
Pero no quiero dejar pasar lo expuesto, en aquella oportunidad, por el afamado historietista: “Algo tendrá que ver el tema, éste, el de la malas palabras, por ejemplo, con éste, como el que decía el amigo Escribano (José Claudio Escribano). Se nota que es tan polémica esta mesa que es la única a la que le han asignado "escribano" para que se controle todo lo que se dice en ella.” (¡Con qué sutileza y altura juega con el apellido y la función notarial!, sin herir ni molestar a nadie). La cita me obliga a comparar.
En cada caso que se presentó (y se presenta) del mal uso del Idioma, los ‘sabihondos’ de un lado y del otro se llenan de palabrerías argumentando las teorías más inverosímiles: desde un exabrupto o un mal día hasta de la sinceridad o el fervor y entusiasmo de la jornada, de quien la ha expresado.
Pues yo no creo en nada de ello. Simplemente, participo de la sencilla idea de que carecen de una preparación adecuada para la función que cumplen, y de una falta de vocabulario que, semejan más a un adolescente que a un estudioso capacitado. Caso contrario, me inclino por la teoría del psicoanalista de Roberto Fontanarrosa: “(…) Mi psicoanalista dice que es imprescindible para descargarse, para dejar de lado el estrés y todo ese tipo de cosas.” Donde ese tipo de cosas está involucrando a la lista interminable de sandeces de todo tipo, que se utilizan para llenar líneas de diarios y revistas, y cumplir tiempos en las radios y los canales de televisión.
Tampoco quiero parecer un mojigato y un retrógrado. Sé reconocer cuándo están bien usadas las ‘malas palabras’ o las ‘expresiones desubicadas’. En
La mención justa y precisa de ciertos términos no deseados produce, a veces, la comprensión exacta de lo que se quiere decir. De allí, entonces, que el cuidado y el tino deben estar activos antes de hablar o escribir.
pedroarmano@hotmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario