Veinte años después


Por Pedro L. Armano


“Si está así ahora, ¿cómo habrá sido 20 años atrás?”, se preguntarán muchos hombres, entre los cuales me incluyo, porque soy un admirador de la belleza femenina. Pero debo confesar que me costó bastante disponerme a escribir sobre el tema. La primera duda fueron unas líneas de Jorge Fernández Díaz, donde manifiesta que hoy la imagen está sobrestimada y distrae la esencia de la vida. La segunda, un prejuicio personal. El tema resultaba frívolo y hasta kitsch. Me sucedió lo mismo que a Juan José Millás, cuando tuvo que redactar sobre una fotografía de doña Letizia y Carla Bruni: “Me pregunté entonces si el sexismo que me pareció advertir en la decisión de publicarla en portada se encontraba en mi cabeza, respondiéndome a ratos una cosa y a ratos la otra. A ratos las dos. En resumen, que me gustó sin saber si me debía gustar. (…)”. Si la justifico por el lado del mundo de la moda, es ingresar en la especulación de la mano de Gilles Lipovetsky y su libro ‘El imperio de lo efímero’: “La moda se halla al mando de nuestras sociedades; en menos de medio siglo la seducción y lo efímero han llegado a convertirse en los principios organizativos de la vida colectiva moderna; vivimos en sociedades dominadas por la frivolidad, último eslabón de la aventura plurisecular capitalista-democrática-individualista”. O podemos quedarnos con la tremenda ironía de Manuel Mujica Láinez. Ante la pregunta para quién se visten las mujeres, el famoso ‘Manucho’ respondió: “para quien la va a desvestir”.

La decisión final la definieron dos autores. Tomás Eloy Martínez, escribiendo sobre Elías Canetti, aseveró que era inolvidable la fascinación que tenía el escritor por las mejillas coloradas de una aldeana y Marcos Aguinis, a quien “le atraen las mujeres pícaras y alegres, que son buenas interlocutoras, aceptan chistes y te devuelven críticas brillantes’”.

Elegí a la modelo española Judith Mascó no sólo por su físico, sino también por algunos de sus criterios y pensamientos. Reconoció, sin hipocresía, el ambiente donde se mueven las modelos: los escándalos, las fiestas, el sexo y las drogas. Aunque aclara que a ella nunca le ofrecieron “una bandeja de cocaína”. Habiendo alcanzado la fama a los 20 años, debido a la tapa de Sports Illustrated, mantuvo en forma permanente la discreción y la seguridad familiar. En casa de sus padres, supo respetar siempre lo impuesto. Si no “terminaba con la verdura, no me levantaba de la mesa; si no llegaba a casa antes de las doce, me castigaban”. Siendo madre, aceptó a sus hijos cuando le manifestaron que lo pasan mal, porque ella es famosa. Y al saber que su tarea es fugaz, abrió otros caminos: conduce programas de radio y TV, da consejos de salud en microprogramas radiales. Ha escrito dos libros, el segundo, ‘Modelo, manual para primerizas’ -Planeta-, vuelca toda su experiencia, para que las jóvenes se inicien en la carrera con una mayor seguridad de conocimientos, pues todo “es mucho más que un buen físico”. En Judith Mascó se ha detectado una inteligencia poco común en el ambiente, que la ubica al frente de sus colegas.

Desde ese ángulo, quise adherirme a sus “20 años después”, al margen de que 'todavía tiene' la carne firme y un sueño en la piel, como diría, parafraseándolo, Joan Manuel Serrat.


Lamento por aquéllos que esperaron una nueva crítica a la continuación del libro ‘Los tres mosqueteros’ de Alejandro Dumas.


pedroarmano@hotmail.com

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